En los artículos anteriores: “Mecanismos de Truss Arch y Windlass (I) y (II)”, hemos superado los modelos explicativos de “arco cerchado con ángulos fijos”, la cercha arquitectónica clásica, así como el de ”arco cerchado de ángulos móviles”, que consideraría a éstos como charnelas. Si dejamos a un lado la idea de un modelo basado en un arco lineal (bidimensional y coplanar), podemos comenzar a transitar el camino hacia una estructura tridimensional la cual, inicialmente, podría ser la de un tetraedro.
El tetraedro se considera en geometría como el simplex tridimensional. Es el poliedro más sencillo que existe y, partiendo de él, podemos intentar llegar a un cuerpo geométrico que albergue al pie. Pero antes de hacer este camino recordemos un par de nociones básicas de geometría. Así, definimos como pirámide a un poliedro que posee una base, la cual es un polígono, y varias caras laterales que son, a su vez, triángulos con vértices coincidentes en un punto denominado ápice. Este ápice o cúspide también se conoce como vértice de la pirámide aunque, en sentido estricto, una pirámide tendrá tantos vértices como polígonos la limiten.
Por otro lado, hablamos de una pirámide recta cuando la proyección ortogonal del ápice sobre la base coincide con su centroide y de pirámide oblicua cuando no todas las caras laterales de la pirámide sean triángulos isósceles. A su vez, una pirámide será regular cuando, siendo recta, tenga por base un polígono regular e irregular cuando éste no lo sea.
Si observamos el pie, podemos contenerlo en una pirámide de base triangular irregular, constituida por la fascia plantar, y ápice definido por el complejo funcional que suman las articulaciones tibioperoneoastragalina y subastragalina. En este modelo, el ápice centraría la vertical del vector de fuerza que sería transmitida a la inserción de la fascia por medio de astrágalo y calcáneo y a la parte anterior de la misma, de primera a quinta cabeza metatarsal, por medio de escafoides, cuboides, las tres cuñas y los cinco metatarsianos. Así, si aplicamos una carga en el ápice, los segmentos Vi, V1 y V5 la transmitirían a los puntos i, 1 y 5 provocando un aumento del área de la fascia y una disminución de la altura de la pirámide. En apoyo plantar total nos interesa este comportamiento, porque favorece la adaptación del pie al terreno y contribuye a disipar energía.
Sin embargo, en el apoyo de talón y en la fase de propulsión, no podemos permitirnos una fascia “relajada” la cual es sinónimo de inestabilidad. Precisamos de una estructura que facilite y estabilice el contacto talón-suelo y que, a su vez, facilite y estabilice la propulsión de las cabezas metatarsales-suelo. Para lograr este cometido la fascia debe, por así decirlo, tensarse y conseguir, mediante esta vía, que los complejos articulares interesados pierdan rango de movimiento y brinden estabilidad al pie. Así, mientras que en el apoyo plantar total la fascia incrementa su área y el antepie se ensancha, aumentando la distancia entre primera y quinta cabeza metatarsal, gracias a que el mecanismo de windlass permite la plantarflexión activa de los dedos, en el apoyo de talón y en la fase de propulsión la fascia busca tensarse y lo hace gracias a que el mecanismo de windlass actúa dorsiflexionando los dedos activamente en la primera y pasivamente en la segunda.
Es por ello que distinguimos tres mecanismos de windlass. El mecanismo de windlass activo en el choque de talón, el mecanismo de windlass pasivo en el apoyo total y el mecanismo de windlass inverso en la fase de propulsión. Todos ellos destinados a regular la tensión de la fascia según las solicitaciones que recibe el pie. En el siguiente artículo: “La fascia plantar y los tres mecanismos de windlass”, veremos cómo se integran.
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