Anatómicamente la fascia plantar es una aponeurosis (membrana de tejido conjuntivo que recubre los músculos y sirve para fijarlos a otras partes del cuerpo) que, partiendo de la tuberosidad medial del calcáneo, se extiende hasta la cara plantar de los dedos de los pies. A groso modo podemos dividirla en tres partes diferenciadas, banda central, lateral y medial. De las tres, la central es la más gruesa y fuerte, también la que con mayor frecuencia está implicada en los episodios de la entidad conocida como “fascitis plantar”.
Se estima que esta patología, la fascitis plantar, representa hasta el 80% de los dolores de talón y que con toda probabilidad 1 de cada 10 personas sufrirá en algún momento de su vida los síntomas asociados a su presencia. Dada su frecuencia en consulta, vamos a intentar explicar sus causas y los principales factores de riesgo para desarrollarla.
Como causa principal está la biomecánica, en concreto por una disfunción en el normal funcionamiento de la misma, aunque también pueden darse otras de corte infeccioso, neoplásico, artrósico, neurológico o incluso sistémico que no vamos a tratar aquí pero que deben ser consideradas en la exploración del paciente. Salvadas éstas y comprendido el funcionamiento biomecánico de la fascia plantar (ver artículo “biomecánica de la fascia plantar”) podemos concluir que la causa última de una fascitis plantar es la tracción excesiva, continuada o anómala de la misma con el resultado final de microtraumatismos localizados en el cuerpo de la misma o en sus inserciones. Estos microtraumatismos, si son repetitivos, resultan en una degeneración de las fibras de la propia fascia. Cuando sometemos a carga las fibras de la aponeurosis plantar y solicitamos al unísono la acción mecánica de las degeneradas y las sanas, su respuesta es dispar y el típico dolor en los primeros pasos después del sueño o tras un periodo de inactividad está servido.
Ahora bien, una vez comprendida la causa: ¿Qué factores de riesgo pueden conducir a esa excesiva tracción de la aponeurosis y la aparición de los consiguientes microtraumatismos? Desde el punto de vista podológico hablaremos de factores extrínsecos y de factores intrínsecos o ligados a la estructura y/o funcionamiento del pie.
Dentro de los extrínsecos citaremos los ocupacionales: profesiones y situaciones en que se está largo tiempo en pie o sometido a largas caminatas o marchas y el empleo de un calzado deportivo, profesional o habitual discrepante en relación al tipo de pie o inadecuado para la actividad que se lleva a cabo.
Dentro de los factores de riesgo intrínsecos se encuentran los estructurales: el pie plano, el pie cavo, la pronación y supinación excesivas, las discrepancias de longitud de los miembros inferiores, dismetrías, torsiones tibiales y femorales aumentadas… En cuanto a los factores intrínsecos de tipo funcional: la debilidad de los gastrocnemios, el sóleo o los músculos intrínsecos del pie, así como la dorsiflexión reducida de la articulación del tobillo o la rigidez o acortamiento de los gemelos, sóleo y tendón de Aquiles pueden, entre otros, afectar al normal funcionamiento de la fascia plantar dentro de sus límites de tolerancia.
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